La izquierda ante el ciclo electoral de 2023

Todo cambió en primavera. El adelanto electoral en la Comunidad de Madrid provocó algo inesperado: la salida del gobierno de Pablo Iglesias y, en consecuencia, que dejara de ser la principal referencia de Unidas Podemos. Al marcharse, dejó señalada su preferencia de que fuera Yolanda Díaz quien jugara ese rol de aquí en adelante.


Yolanda está ejerciendo ese liderazgo de facto, aunque aún no ha confirmado que esté dispuesta a ser la próxima candidata presidencial. Lo que sí parece estar dejando claro es que, en caso de hacerlo, será a su manera. Hasta ese momento, gracias a la pujanza electoral de Podemos cuando ha competido en solitario, no se cuestionaba que fuera el líder morado quien encabezase el espacio conjunto que, poco a poco, fue tejiendo con IU y demás aliados. Ahora se desliga el liderazgo común de cualquier jefatura partidaria, por lo que parece lógico que deba ejercerse en otros términos. La legitimidad del liderazgo ha de basarse en otra cosa.


¿En qué se basaría en este caso? En lo mismo que llevó a Iglesias a proponer su nombre: la conexión con el momento político. No se trata solo de carisma, sino también de una personalidad, un tono y unas formas que encajan más con la situación que vivimos y la percepción social de la política.


Y esa es la cuestión crucial: el cambio de ciclo. El que se abrió a principios de la década pasada con las huelgas generales, las mareas por los servicios públicos y el 15M, se agota. Sobre esa ola de energía social cabalgó Podemos y logró cosas impensables. Pero del mismo modo que entonces se consiguió movilizar a sectores sociales hasta entonces desmotivados (abstencionistas o socialistas desencantados), ahora la retórica épica que cultivaron no cala igual.


Las razones son múltiples (cambio en la percepción de la crisis, acoso mediático, agotamiento del ciclo de luchas, paso a ser fuerza de gobierno, etc.), pero no pretendo ahora analizarlas en profundidad: simplemente toca constatar que el momento es otro. Si antes lo que circulaba en los grupos de WhatsApp era la escaramuza de Pablo con Inda en un plató, hoy la gente sigue las sesiones de control para ver a Yolanda, como ministra, darle datos a mano abierta a García-Egea. Antes se buscaba que alguien rompiera el silencio sobre lo que “nadie” se atrevía a decir. Hoy se busca a quien, a base de educación, rigor y buen tono, acalle el ruido de la derecha. Hemos pasado del tiempo de la audacia al de la perseverancia.


Es muy pronto para valorar los datos, pero todo apunta a que, efectivamente, Yolanda Díaz está conectando con sectores a los que UP, en este momento, no seducía. Esto supone un acicate para dejar que, efectivamente, sea quien marque la impronta del espacio de la izquierda en el futuro próximo. Y esto supone un cambio significativo, porque nadie habría puesto en duda hasta hace unos meses que lo que venía para el próximo ciclo electoral era el asentamiento y extensión territorial de Unidas Podemos a todos los niveles. Se imponía una cierta pausa en el vertiginoso ritmo de cambios de siglas, alianzas, rupturas y escisiones de los últimos años. Y un modelo de alianza más homogéneo y más clásico, por así decirlo. Sin embargo, todo apunta a que, al menos de cara a las generales, el cambio de liderazgo podría abrir la puerta a un cambio de formato. En mi opinión, para bien.


¿Cuáles son entonces los retos para la izquierda en el ciclo electoral que viene?


  • Dar cuerpo a la diversidad. Como he apuntado, la apuesta que asoma en el horizonte supone renunciar al previsible y más cómodo formato “Unidas Podemos”. A cambio, claro está, podría lograrse un ensanchamiento del espacio y aspirar a metas más altas. Para que pesen los pros sobre los contras, ha de lograrse un complicado equilibrio entre la necesidad de que Yolanda lidere este proceso con suficiente autonomía y que los distintos actores organizados encuentren un papel relevante en el proceso de apoyo y movilización. 

  • Saber jugar con los roles. En la izquierda oscilamos entre despreciar la importancia de los liderazgos o supeditar todo a ellos. Es un falso dilema: hay distintos roles a cubrir y el liderazgo es uno esencial, pero no el único. Suele haber una superposición entre quien es cargo público, candidato, secretario o coordinador general, etc. ¿Por qué no repartir? Hay quien tiene aptitudes evidentes para organizar, pero no tantas para la comunicación, o para la gestión. Y viceversa. Tener un liderazgo carismático es, simplemente, una inestimable palanca para articular en torno a él un potente movimiento popular. La cultura política y el bagaje militante de Yolanda Díaz permiten afirmar que le da un valor a la organización que quizá otra figuras públicas minusvaloraron.

  • Pasar de las musas al teatro. La melodía que entona Yolanda suena bien, pero aún tiene que tomar cuerpo. Y, si algo hemos aprendido en estos años, es que es fundamental el “cómo”. Hay experiencias de unión de gentes, organizaciones y fuerzas diversas que han sido capaces de transmitir ilusión y energía, que han acabado siendo exitosas. Y alianzas que han sonado tanto a matrimonio de conveniencia que no han convencido a nadie. Es necesario generar un proceso abierto, que permita sumar a mucha gente, identificarse e implicarse. Con cauces para la movilización y el apoyo, pero también para la decisión sobre ideas, propuestas e incluso candidaturas.

  • Una apuesta creíble. Si hay algo que nos lastra, es el clima de inquina y desconfianza entre distintas gentes de izquierda, fruto de los turbulentos años pasados. Una unidad forzada, solo en base a una mayor eficacia electoral, difícilmente ilusionará a nadie. En mi opinión, el argumento fundamental para una apuesta unitaria es la honestidad con la ciudadanía: compartimos suficiente en lo fundamental y nos enfrentamos a retos demasiado grandes (el cambio climático, desigualdades de siglos, el auge de la extrema derecha, etc.). O levantamos una apuesta que realmente tenga fuerza como para afrontarlos, o estaremos condenados a una derrota tras otra.

  • Una nueva cultura. Para ello, es fundamental construir desde ya una nueva cultura política, basada en la empatía, la autocrítica y el reconocimiento del resto. Son necesarios desagravios públicos y valorar explícitamente lo que “el otro” tiene. Quizá yo puedo aportar experiencia en el trabajo municipal, mientras que vosotras habéis demostrado saber cómo comunicar de manera efectiva o aquellas tienen un valioso enraizamiento en el tejido social. Ya nos hemos dicho muchas veces lo que creemos que hace mal el de enfrente. ¿Qué tal si probamos a funcionar al revés?

  • Una apuesta para todo el ciclo. Si el calendario electoral se cumple, habrá elecciones municipales y autonómicas en mayo de 2023 y generales a finales de ese año o principios de 2024. Previsiblemente habrá otras citas antes: no solo las andaluzas, sino también adelantos en otros lugares como Castilla y León. Debemos trabajar desde ya mismo para intentar que haya la mayor coherencia, porque la única manera de generar un verdadero movimiento popular, un proyecto de país, es facilitar que pueda replicarse a todos los niveles. Esto, lógicamente, supone riesgos. El más evidente, que controlar el tono, los ritmos y mensajes adecuados es mucho más sencillo de forma centralizada. Pero pensar que lo que ocurra en cada localidad o comunidad no se va a apuntar en el debe o el haber del liderazgo de Yolanda, que va a empezar a ser duramente atacado, sería engañarnos. Es preferible trabajar concienzudamente y con anticipación para conseguir impregnar cada pueblo con el estilo de esta ola que empieza a crecer e ilusionar. 


Decía el otro día Ángel de la Cruz, en un artículo muy acertado, que “estamos más divididos porque nos sentimos derrotados que derrotados por estar divididos”. Hay cierta sensación de que hubo una oportunidad y la perdimos, y ahora no sabemos qué hacer. Necesitamos sentir que no fue en vano, que hay esperanza. Al fin y al cabo, lo que importa no son nuestras idas y venidas de siglas, alianzas y rupturas. Lo que importa es el cuerpo social, esos más de 6 millones que en 2015 votaron a las fuerzas del cambio, esas gentes que pararon sus empresas hace 10 años, esas miles y miles de mujeres que hicieron del movimiento feminista la mayor garantía de un nuevo país. Toda esa gente está ahí: con su mochila de decepciones, hastío o enfado, pero está ahí. La posibilidad de cambiar el país de su mano es real, si nos centramos en lo fundamental.

______________________________________________________________________________


Este artículo, que me pidieron desde la secretaría de estrategia y elaboración política de IU Federal para abrir debate, debía haberse centrado más en las posibilidades y retos electorales para 2023. Pero creo que hoy sería en vano hablar de lo cuantitativo: dependerá de lo que seamos capaces de levantar de aquí a unos meses. Podremos soñar con grandes metas o limitarnos a resistir (que no es poco). Por eso me he centrado en lo cualitativo, aún a costa de haber defraudado las expectativas del encargo. Lo siento si así ha sido, y gracias por la confianza.

Comentarios