Metaofendiditos

Es la palabra de moda: "ofendiditos". Se define así a las personas que, sobre todo a través de redes sociales, reaccionan de forma enérgica ante comentarios, chistes o expresiones artísticas, por entender que agreden o son poco sensibles con tal o cual causa. Es un fenómeno que, ciertamente, abunda en las redes sociales y puede acabar resultando cansino. Pero ha generado una réplica tan generalizada y cansina, o más: la de las personas "ofendiditas" con los "ofendiditos". Que vendrían a ser algo así como "metaofendiditos", ¿no?. Detrás de cada comentario poniendo el grito en el cielo porque se bromee con un tema sensible, siempre hay otro echándose las manos a la cabeza porque "ya no se puede bromear con nada".

Esto, por sí solo, no tiene mayor trascendencia. La cuestión es que se entremezcla con otros problemas más serios relacionados con la libertad de expresión. Sinceramente, hablar de censura o incluso inquisición ante la crítica ciudadana en redes sociales, por desmesurada y ridícula que pueda llegar a resultar, es exagerado. Y es tremendamente irresponsable cuando en nuestro país existen casos de secuestros de revistas, vetos en conciertos o retirada de exposiciones, así como de imputaciones, detenciones o incluso condenas para artistas o personas "anónimas" por expresarse en redes sociales, canciones o sketches. ¿La amenaza real a la libertad de expresión está en la existencia de "ofendiditos"?

Parece que se está generando un consenso amplio en que así es. Observo a gente de toda ideología y condición reproducir esa terminología y aplaudir, por ejemplo, el último anuncio prenavideño de Campofrío. La marca de embutidos lleva años explorando el difícil arte de combinar en piezas publicitarias mensajes de cierto calado social con la venta de salchichón y jamón york. Quizá otros productos se prestaran más fácilmente a esas sutilezas, pero hay que reconocer que la buena factura en la producción, la presencia de caras conocidas y guiones bastante inteligentes consiguen que la cosa quede resultona. En esta ocasión, en vez de intentar tocar la patata como en años anteriores, recurren al humor para llamar a la reflexión sobre lo caro que resulta hacer chistes.

En los primeros segundos del anuncio, se me abrieron los ojos: ¿un anuncio millonario, con enorme impacto mediático, utilizado para reivindicar la libertad de expresión y criticar la censura?. ¡Bravo!. Pero no. El enemigo de la libertad, en el relato que nos proponen, no es el poder: no son las leyes que limitan la libertad de expresión y reunión (como denuncia, por ejemplo, Amnistía Internacional); no son las 80 multas diarias que esas normas permiten; no son las fundaciones, asociaciones o grupos de presión que sistemáticamente llevan a los tribunales a artistas y humoristas, ni siquiera la Fiscalía; tampoco los jueces que admiten esas denuncias e imputan o incluso condenan. No, el enemigo son los famosos "ofendiditos".

Hay un grave error de concepto en todo esto. La libertad de expresión se ejerce, y se debe defender a cara de perro, frente al poder, frente a quien tiene la capacidad de censurar o prohibir. No se ejerce frente al derecho a crítica del resto de personas con quienes estás en un plano de igualdad (o incluso están por debajo, en muchos casos). Sin duda, resultará molesto que ante cada tuit, sketch, opinión u obra de arte aparezca detrás una caterva de personas sacándole punta, pero eso no es censura, es gente opinando. Aunque opine chorradas, aunque su juicio sea absolutamente injusto, aunque saque de contexto... es solo eso: gente opinando. En el peor de los casos llega a ser gente intentando organizarse para presionar y pedir que, efectivamente, se limite la libertad de expresión. Pero la decisión última sobre eso no la tienen los "ofendiditos", sino otras instancias. Esas realmente poderosas a las que ese vídeo, y en general las críticas de los "metaofendiditos", no señalan. Hay ayuntamientos que ceden a la presión de unos pocos tuiteros y otros que no lo hacen a pesar de que medios de comunicación, grupos de presión o incluso la fiscalía señalen a artistas. ¿Por qué no se pone el foco ahí?.

Tengo la sensación de que tras estas polémicas hay bastante de falta de adaptación a los cambios. Hasta hace relativamente poco, para la mayoría de artistas el mayor temor eran los críticos oficiales que publicaban en distintos medios, ya fueran generalistas o especializados. Simplificando un poco, el "feedback" que recibían de su trabajo eran, por un lado, esos comentarios habitualmente ácidos, compensados por el aplauso de quienes les admiraban. El contacto con el público normalmente se limitaba a las actuaciones en directo, firmas, o quizá incluso cartas de miembros de un club de fans, por lo que en general era placentero. Hoy, sin embargo, las posibilidades de recibir todo tipo de opiniones, insultos, alabanzas y burlas han crecido exponencialmente. Probablemente en una proporción a muy similar al incremento de oportunidades para difundir tus creaciones de forma más rápida, generalizada y económica, si te lo montas bien. Es un arma de doble filo.

El auge de las redes sociales trae consigo conflictos, pero creo que a menudo se analizan mal. En muchas ocasiones se las considera causa del envilecimiento del debate público, un caldo de cultivo en el que inevitablemente acaba surgiendo la mala baba y el insulto. Yo creo que simplemente son un amplificador de cosas preexistentes. Quizás lo único que pasa es que antes no podíamos ver lo imbéciles y desagradables que éramos, y ahora sí. Antes vivíamos lo mismo pero en unas dimensiones más reducidas: ¿acaso no hay troleo en la vida real, no han existido siempre personas con las que no hay manera de hablar sin que lo saquen todo de quicio, sin que insulten o simplemente toquen las narices por diversión? Solo que antes era esa persona de tu clase, de tu curro o de tu familia que procurabas evitar. Las redes sociales ofrecen facilidades tecnológicas a ese tipo de gente (y a cualquiera: ¿no es tentador saber que puedes insultar directamente a Trump por Twitter?), pero no quiere decir que las redes los creen. Pueden potenciar nuestro perfil más narcisista, pero eso, simplemente lo potencia. Y sí, eso unido a una horrorosa compresión lectora y bastantes dificultades para entender la ironía y el sarcasmo hace que las redes sociales en ocasiones sean insufribles. Pero ya está, es gente siendo insufrible, no la policía llamando a tu puerta para detenerte.

Por otra parte, esta cuestión se entrelaza con una sensibilidad creciente en torno a diversas causas, en particular sobre el respeto a los derechos de todo tipo de colectivos. Y aquí diré algo que puede sonar provocador: para mí el fenómeno "ofendidito" tiene unos cuantos puntos en común con el 15M. Veamos: en primer lugar, considero que el hecho de que haya una mayor conciencia ciudadana sobre todo tipo de cuestiones y un mayor espíritu crítico es, de por sí, positivo. Por supuesto, eso no es óbice para que mucha gente desarrolle ese espíritu de manera rudimentaria, burda, irresponsable e incluso incoherente. Pero es que en eso también hay similitudes con el 15M: desde media distancia, era una ilusionante y romántica explosión democrática, pero si uno se acercaba a algunas asambleas o, más aún, si simplemente leía comentarios "indignados" en redes sociales, era bastante descorazonador. Era pura rabia en bruto, mezclada con genéricos deseos de un mundo mejor, pero sin pulir en absoluto, con poca coherencia y rigor. ¿Pero acaso pensábamos que de un día para otro la gente se iba a depertar citando a Gramsci? Llego con esto a la última similitud: buena parte de la cultura y del "opinionismo" oficial reacciona ante este fenómeno de modo similar a como lo hacía la mayoría de la clase política y del "establishment" en 2011. Si entonces aquella impugnación ciudadana se veía como la antipolítica y caldo de cultivo para el populismo, pues no cabía otra política que la que siempre se había hecho, ahora se considera que toda esta sensibilidad en torno a causas sociales nos lleva a la censura y a la dictadura de lo políticamente correcto. Por ello, yo hago la misma reflexión que hacía entonces: igual que con el 15M prefería una sociedad que se pasase de crítica a una adormecida, también prefiero una que esté alerta para detectar el machismo, la homofobia o el racismo, aunque sea a costa de que haya quien se pase de "cortarrollos".

Supongo que mucha gente dirá que esto lleva a no poder hacer chistes sobre nada. Pero es que defender el derecho de que la gente critique, o incluso verlo como algo positivo, no significa que haya que dar la razón a toda polémica que se desate en redes sociales, sino todo lo contrario: hay que dejar de otorgarle el poder que no tiene, porque así se desvía el foco de quienes realmente tienen capacidad y realmente están restringiendo la libertad de expresión. Lo peligroso de los límites del humor no está en la sociedad, sino en las restricciones que de hecho se imponen. Que haya un revuelo en redes sociales y unas cuantas noticias en medios, es solo un producto de nuestro tiempo, como lo es el hecho de que de esa misma forma viral conocemos a más artistas al margen de los circuitos "oficiales", que logran así forjarse una fama y una carrera. 

Me encanta el humor negro y el humor sobre materias controvertidas. Entre mis amistades nos contamos chistes que son verdaderas burradas y que, en muchos casos, son absolutamente opuestos desde el punto de vista ideológico a lo que pensamos. Eso es, precisamente, lo que nos permite reírnos con confianza, sabiendo que no es más que humor. Practicarlo en público ya es más arriesgado: puede ser que el mismo chiste racista que he contado con mis amigos por burrear me lo ría, con más ganas, alguien verdaderamente racista; o que alguien que no me conozca presuponga que yo lo cuento precisamente porque soy racista. Quien haga humor transgresor tendrá que asumir, si es que no es precisamente lo que busca, que eso escapa de su control y que ha de atenerse a las consecuencias de la polémica que puede (o quizás pretende) provocar con su estilo de humor. E incluso, ojo, habrá que asumir que a lo mejor a veces algún chiste simplemente no tiene ni pizca de gracia, sea super transgresor o de Jaimito, y que no eres un héroe de la libre expresión porque la gente te lo haga saber.

Precisamente para defender que se pueda bromear absolutamente con todo es necesario no mezclar churras con merinas. Que te ponga verde el público, o parte de él, son gajes del oficio. Que te prohíban actuar, te imputen o te condenen, es algo absolutamente inaceptable y es ante lo que hay que plantarse. Si no se tiene clara la diferencia, se llega al dislate de incluir en el guión del citado anuncio que los chistes sobre feminismo salen más caros que los que versan sobre la monarquía. Al parecer, es un precio más caro recibir críticas en las redes por chistes que huelen a rancio, que ver cómo secuestran una revista de humor, condenan por quemar fotos del rey o detienen a gente por llamarle miserable en Twitter. Si la amenaza la ves en la gente corriente que te critica y no en quien usa su poder para reprimir todo eso, quizá es que tu humor no es tan irreverente como te pensabas.

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