El soterramiento visto en perspectiva

Hace 18 años, en 1999, comenzaba la primera campaña electoral que viví en primera persona. La única vez, por cierto, en la que concurrí en una candidatura al Ayuntamiento, en un discretísimo vigésimo quinto puesto. Yo apenas llevaba unos meses, desde mi mayoría de edad, metido en política, movido por unos genéricos ideales de izquierda; poco sabía, por no decir casi nada, de los asuntos municipales. Pero desde aquel momento me empezaron a apasionar las cuestiones urbanísticas, la vida de los barrios, la movilidad, la cultura de base... Había muchas personas de las que aprender mucho.

Mi recuerdo más vivo de aquella campaña es un folleto desplegable precioso, con unos dibujos hechos a mano y a todo color, que explicaba la propuesta que, a contracorriente, planteábamos para dar solución a la brecha que el ferrocarril abre entre los barrios del este y el resto de la ciudad. Mientras que el PP, antes favorable a sacar la estación de la ciudad, se había sumado a la corriente mayoritaria a favor del soterramiento, la apuesta de Izquierda Unida era la "integración en superficie". El planteamiento era sencillo: la vía del ferrocarril es solo una de las barreras físicas de la ciudad (con sus particularidades), y lo que realmente la convierte en una brecha social es la carencia de pasos, que la hacen prácticamente impermeable en muchas zonas. Por ello, la solución debía ser sobre todo dar permeabilidad, ampliar, diversificar y hacer mucho más amables los espacios por los que el vecindario de esos barrios populares iba al centro o volvía a sus casas. Se hablaba de ganarle terreno al espacio ferroviario al máximo, pues algunos barrios prácticamente pegan con los muros de Renfe, para poder abrir nuevos pasos muy amplios, luminosos, como "plazas sumergidas". Y acompañarlo de ciertas medidas para reducir el impacto acústico. Aquellos dibujos y lo fundamental de las ideas, eran autoría de un profesor llamado Manuel Saravia.


Para quien no conozca Valladolid, el Pisuerga, por ejemplo, está actualmente atravesado por doce puentes para tráfico rodado y peatones, más dos pasarelas de uso peatonal, que unen la zona oeste de la ciudad con el resto. Una zona que hoy en día tiene unos 70.000 habitantes, aunque la mayoría bastante recientes y en la que, aunque existen zonas netamente populares y otras de mezcla social, hay un importante peso de barrios con carácter más residencial.

Por el contrario, para atravesar la vía férrea existen, si yo no cuento mal, exclusivamente siete pasos para uso exclusivo o predominante de vehículos, dos de los cuales pertenecen a las rondas de circunvalación de la ciudad, y unos pocos pasos peatonales subterráneos y alguno elevado, por lo general oscuros, estrechos y en no muy buenas condiciones. La población que vive al Este de la ciudad está en torno a las 80.000 personas, la mayoría concentrados en tres barrios (Delicias, Pajarillos y Pilarica), con gran densidad de población y que se benefician solo de una pequeña parte de esos pasos que he citado. De hecho, Pilarica perdió recientemente por decisión de ADIF el paso a nivel con que contaba, por lo que el rodeo que le toca dar a su vecindario para atravesar la vía en vehículo es enorme. Si a todo esto se suma el histórico déficit de inversión de todo tipo en esos barrios populares, se comprende mucho mejor por qué viven la vía del ferrocarril como una verdadera frontera con el resto de la ciudad.

Esa fue la principal razón de que perdiéramos aquel debate. El movimiento vecinal mantenía su histórica apuesta por el soterramiento, cargado de las razones que he venido comentando. El soterramiento se presentaba como una solución drástica y definitiva para un agravio de décadas, y el consenso social y político era grande. Por ello, desde 2003, IU asumió la opción de soterrar, y se centró en darle la vuelta al modelo de financiación y a los términos de la transformación urbanística en los terrenos liberados. El modelo del PP era financiar la operación (que además de soterrar, incluía hacer un by-pass para mercancías y trasladar los talleres de Renfe) con las plusvalías obtenidas por la venta de esos terrenos sobre las actuales parcelas ferroviarias. Lo cual llevaba a plantear allí una altísima edificabilidad de carácter residencial de promoción privada. Las alternativas pasaban por un mayor grado de inversión pública, que redujera la densidad en la nueva vivienda y aumentara drásticamente la protección pública de la misma, para evitar sustituir la brecha física por una brecha social con un barrio "de lujo".

Todo esto, lógicamente, hoy nos suena a chino, ya sea que el Ayuntamiento tenga dinero para hacer un esfuerzo inversor o soñar con vender amplias parcelas de terreno para construir. En aquel tiempo sonaba viable, y tal vez lo habría sido si se hubiera actuado de manera rápida. Pero tal vez por la complejidad de la operación (no solo por el volumen, sino por tener que coordinar a Ayuntamiento, Junta, ADIF y Ministerio de Fomento), por falta de iniciativa política o por lo que fuere, la cosa se fue postergando, y a pesar de la presentación de un proyecto de renombre de la mano de Richard Rogers en 2008, lo cierto es que del soterramiento jamás se ha llegado a hacer nada. O mejor dicho, casi nada: para mayor agravio, se soterró un pequeño tramo al sur, fuera prácticamente de la ciudad, donde menor impacto social tenía. Y cuanto más ha pasado el tiempo, más nos iba sonando al cuento de la lechera, aunque nadie nos atrevíamos a decirlo. Era cada vez más evidente que la operación era impagable, al menos en los términos que se plantearon en su día, y encima los créditos solicitados para esa operación que no arrancaba, seguían generando millonarios intereses.

Hoy nos llega la noticia de que se ha puesto punto y final al sueño del soterramiento. ¿Qué ha pasado de pronto para que lo que llevaba parado años y años de repente haya pegado un giro tan vertiginoso en apenas diez días? En mi opinión, dos cosas. En primer lugar, que hubo un cambio de color político en el Ayuntamiento de Valladolid, y eso motivaba poco a ADIF, Fomento y Junta a poner las cosas fáciles. Pero sobre todo, que ese cambio político trajo consigo una voluntad de primar, ante todo, la honestidad con la ciudadanía vallisoletana. Hasta que Manuel Saravia no se puso a revolver desde su Concejalía, no teníamos ni idea de cuánto dinero se había gastado hasta ahora, ni cuánto se debía. Tuvo la valentía, por saber que era lo justo, de decir que el rey estaba desnudo, porque estaba suponiendo un lastre económico para la ciudad e intentó hacer de la necesidad virtud. Intentó proponer actuaciones de permeabilidad compatibles con un soterramiento futuro si se lograba un replanteamiento factible. Propuso una reordenación de la operación para salvar al menos la parte más sensible del soterramiento, la que afecta a los barrios que más cerca de la vía viven y peores pasos tienen. Todo esto lo hacía, por respeto a la voluntad ciudadana, el mismo que había ideado y dibujado aquel folleto. "Se lo debemos a la ciudad, yo creo que se lo debemos", decía siempre en los debates programáticos cuando alguien hablaba de pasar página con el soterramiento.

De pronto, cuando se ha empezado a actuar así, quienes no habían tenido problema en tirarse una década dejando correr los intereses han movido ficha para disolver la sociedad que unía a las administraciones implicadas y a presionar para dar carpetazo. Quizá algo haya tenido que ver que se haya puesto sobre la mesa que se habían suscrito acuerdos con los bancos en secreto y de forma ilegal. Quizá haya tenido que ver que el Concejal de Urbanismo haya denunciado en Pleno la voracidad de esos bancos al exigir una deuda que condenaba a la ciudad por décadas.

Yo sé que hoy Manolo no estará contento. Sé que siente que ha fallado a toda esa gente para la que el soterramiento era una promesa. Pero si se sabe mirar con perspectiva, veremos que se ha cambiado una esperanza genérica que nunca llegaba, y que además nos estaba endeudando hasta las cejas, por una solución concreta y tangible que muy probablemente mejorará la calidad de vida de toda la zona este en pocos años. No tanto como el ansiado soterramiento, seguro, pero sin duda mucho más que el cuento de la lechera que nos vendieron tantos años y que empezaba a amenazar con dejarnos hasta sin el dinero para pagar el resto de lo que nuestros barrios necesitan. Que nadie se olvide de quiénes eran los que contaban ese cuento.


Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Yo no veo problema, el soterramiento me parecía innecesario desde hace mucho que cambié de opinión, yo agradezco este gesto de valentía en unos tiempos en los que parece que prima vender humo. Además, no olvidemos que el Plan Rogers original tenía un "pequeño fallo": se olvidaba de los trenes de proximidad. ¿Queremos cambiar las molestias de un ferrocarril mal integrado por las del tráfico rodado y los humos de los autobuses y vehículos particulares? Mejor apostar por las Cercanías y integrar bien el tren, desviando las mercancías, la ciudad lo agradecerá mucho.