Ni fusión, ni yuxtaposición

De vez en cuando surgen debates prácticamente de la nada. El de estos días tiene que ver con una supuesta posibilidad de fusión entre Podemos e Izquierda Unida. Según el responsable de organización de Podemos, Pablo Echenique, nadie en Podemos, "ni en el Planeta Tierra", se lo ha planteado. Según el Coordinador Federal de IU, Alberto Garzón, en su casa tampoco.

Pero es que el propio artículo que sacó el debate a la palestra reconoce que el titular se deriva de una propuesta organizativa del equipo de Íñigo Errejón que alude a la integración con "cualquier otra fuerza". Es decir, que es una redacción genérica (¿por qué IU y no EQUO, por ejemplo?) y que además se limita al marco estatutario. Los estatutos de cualquier partido, asociación, empresa, etc. contemplan prácticamente cualquier supuesto eventual, incluida su disolución. De hecho, por hablar de otros dos partidos inmiscuidos en procesos internos, el artículo 3.4.9 de los Estatutos de Ciudadanos exige mayoría de 2/3 para disolver la formación naranja o integrarse en otra y los del Partido Popular, en su artículo 30.2.c) atribuyen esa potestad a su Congreso Nacional. Nadie se ha planteado que Rivera o Rajoy planeen ninguna entente más allá de la que de facto ejercen en muchas instituciones.


Reconozcamos, no obstante, que este rumor tiene algo más de fundamento. No digo que el río lleve agua ni que las intenciones de PRISA sean honestas, pero es algo un poco menos alejado de la ciencia-ficción. En primer lugar, Podemos e IU llevan tentándose, en una espiral de amor-odio, desde que hace tres años se lanzara aquel manifiesto en el Teatro del Barrio. Una vez consumada una cierta alianza en algunos ayuntamientos, en las generales y varias autonómicas, y compartiendo hoy día grupo en el Congreso, es lógico que se esté pendiente de si eso se va a asentar, va a profundizar o dará marcha atrás. Y además, en segundo lugar, sería hipócrita negar que existen dudas sobre el futuro y el rumbo de esas alianzas en ambas formaciones, especialmente entre quienes eran más reticentes a unir fuerzas. Vale, la propuesta de Errejón es una formalidad estatutaria, hasta el punto de que la propuesta de Iglesias es casi calcada, pero ya meses atrás cerró el paso a cualquier profundización que fuera más allá de la colaboración electoral caso a caso. Del mismo modo, en IU son pocas pero insistentes y convenientemente amplificadas las voces que alertan una y otra vez de un supuesto plan para disolver la formación en Podemos. Si hace un año, y a pesar de la dura confrontación en la campaña del 20D ya había quien daba a IU por disuelta, una vez acercadas posturas, las teorías conspirativas dan por confirmadas sus sospechas.

Te despiertas después de Nochevieja y ves esto. "Anna, ¿me pasé con las copas anoche? ¿Hice alguna locura?"

¿Hay realmente un plan en marcha por parte de Alberto Garzón y Pablo Iglesias para fundir los proyectos que lideran en una sola organización? Lo desconozco, no estoy en sus cabezas. Pero, teniendo un trato relativamente frecuente y un cierto grado de confianza con ambos, si así fuera, lo ocultan muy bien. Creo que, más bien, existe una seria limitación a la hora de ser capaces de imaginar fórmulas de cooperación que vayan más allá de las meras alianzas electorales puntuales, pero no tan lejos como para suponer la disolución de los proyectos preexistentes. Y eso hace que se interpreten mal las cosas, como por ejemplo cuando Alberto Garzón defiende la necesidad de superar Izquierda Unida, una apuesta que, recordemos, no es personal, sino la línea oficial de IU aprobada por amplia mayoría en su reciente Asamblea, por sufragio universal. No es, por tanto, un oscuro plan ni un capricho de Alberto, sino el principal mandato que le encomendamos. Pero nos falta imaginación para entender qué puede significar eso si no es echar la persiana y entregarse con armas y bagajes a Podemos.

Lo entiendo algo más por parte de la prensa. No soy tan ingenuo como para creer que ciertas cosas carecen de mala intención, pero el grado de innovación y complejidad de las nuevas fuerzas y alianzas que van surgiendo a todos los niveles casan mal con un necesario esfuerzo por simplificar y hacer comprensible todo esto a su audiencia. Solo algunos medios, que saben que el tema despierta interés entre quienes les siguen, se pueden permitir profundizar en ello con más rigor.

Pero a quienes participamos activamente debería costarnos menos, toda vez que ya existen embriones de ese nuevo "tertium genus" entre la fusión y la mera yuxtaposición de organizaciones. No me voy a referir ya a la propia Izquierda Unida, que supuso una unión de partidos sin disolverlos, permitiendo la entrada de personas no afiliadas a ninguno de ellos, pues se asentó y evolucionó mucho más allá de lo que cabe imaginar en este caso. Tampoco a otros casos algo más ajenos, para no liar debates. Pensemos simplemente en la Marea Atlántica, Barcelona en Comú, Ahora Madrid, Zaragoza en Común, etc. en muchos municipios. O en la nueva fuerza de "los comunes" que se está gestando en tierras catalanas o el caso gallego de En Marea. Todas ellas son alianzas electorales, sí, pero son también algo más, aunque con enoooooormes variaciones entre unos casos y otros. Y en ninguna de ellas ni IU, ni Podemos, ni ninguna otra formación han tenido que disolverse, desaparecer ni fusionarse. Simplemente colaboran, cooperan de una forma nueva, ni mucho menos idílica y carente de complicaciones, pero esperanzadora, a mi juicio.

Mi sensación es que, cuando desde cualquier ámbito se alerta sobre disoluciones y fusiones, que efectivamente nadie (que yo sepa) se plantea, realmente se está mostrando la incomodidad ante la posibilidad de una "confluencia cualificada" a nivel estatal del estilo de algunas de las que he indicado. Es más, en muchos casos se percibe claramente esa incomodidad con el limitado grado de confluencia con la situación actual, a pesar de que son pocas (pero honrosas y legítimas) las excepciones de quienes se han opuesto frontalmente desde un principio.

No entraré en el debate de Podemos al respecto, no es cosa mía. Pero sí quiero terminar con una reflexión sobre la incomodidad de una parte de Izquierda Unida con la situación actual y la incertidumbre del futuro. De nuevo, no soy ingenuo: sé que en algunos casos la cosa se limita a una mera labor táctica de desgaste interno. Pero tengo mi pensamiento en gente cercana a la que quiero, de la que me he sentido muy cerca y de la que hoy parece separarme un mundo. En esa buena gente que ha dado mucho de su vida por IU, entre otras causas justas, calan los mensajes alarmistas. "No se nos ve", dicen, "tenemos un nombre distinto en cada sitio y en la televisión solo se ve a Podemos". "Y además, cambiamos el discurso y las posiciones políticas para adaptarnos a su gusto", afirman con total convencimiento. Y podría entrar a discutir sobre las veces que sale nuestra gente en los medios, o recordarles cómo ciertas cosas las decíamos y hacíamos bastante antes de que Podemos siquiera se imaginase. Pero creo que es mejor darle otra perspectiva al asunto.

Levantemos la cabeza. Lo que creo que nos seduce y emociona a quienes militamos en la izquierda es sabernos parte de un movimiento heredero de una tradición histórica que se pierde en el tiempo, más allá incluso del nacimiento de los grandes "-ismos" en los que nos referenciamos. La razón de ser de nuestra existencia es la lucha contra la injusticia y la desigualdad y, mientras estas persistan, habrá quien mantenga viva la llama. Porque fueron, somos; y porque somos, serán (esperemos), organizándonos de una manera o de otra, con unos u otros nombres. Desde ese punto de vista, la historia de IU es apenas un suspiro; ¿realmente lo importante es "que se nos vea" o que ciertas ideas sigan vivas y, a ser posible, cambien la sociedad? Y, mirándolo así, sinceramente, no hay tantos motivos para la pesadumbre. ¿Acaso no es nuestro país una absoluta excepción en un contexto de avance de la "nueva extrema derecha" como refugio de la gente golpeada por la crisis? El 15-M conjuró ese peligro, cambió o activó el sentido común de la mayoría social, y nos dio una oportunidad para construir un proyecto de mayorías. El camino está siendo más que tortuoso, desde luego, muy duro. Pero, ¿acaso imaginábamos hace apenas cuatro años que Barcelona, Madrid, A Coruña, Valencia, Zaragoza, etc. iban a tener al frente a alcaldes o alcaldesas como las que tienen hoy en día? No pensemos en cuántos hay "de los nuestros" en cada caso (que son un buen puñao en casi todos los casos), pensemos con la perspectiva histórica que reclamaba antes. ¿No es uno de los momentos más esperanzadores desde hace décadas? Ni en los mejores tiempos del PCE se soñaba con un hito así. Y pensemos lo mismo con un grupo como el del Congreso; vale, nos quedamos lejos de lo que llegamos a soñar y creernos, pero ¿tenemos siquiera el derecho de no aprovechar la excepcional fuerza histórica que supone tal presencia institucional? Si pensamos en chiquitito, desmenuzaremos su composición por colores, y destacaremos las diferencias que tenemos en muchas cuestiones. Que las hay, claro, y en algunos casos muy importantes. Pero, ¿podemos realmente estar tristes o considerar que es una etapa mala? Creo que con honestidad intelectual no podemos sentirnos así.

Por supuesto queda mucho que hacer. Hay gente que se nos ha perdido por el camino, lo vimos el 26J. Y tenemos que ir mucho más allá de lo electoral. Pero precisamente por esos motivos el camino no es dar marcha atrás, ni dejar esto en una mera alianza electoral, un acuerdo de última hora que dejó fría a tanta gente. El camino es mostrar a la gente por la que decimos luchar que todo lo que nos separa, siendo mucho, son minucias ante la inmensidad del cambio que necesitan nuestras vidas. Y que por ello, las dejamos a un lado para ser más fuertes; pero no las enterramos, para no olvidar de dónde venimos. Ni fusión, ni yuxtaposición.


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