Decir haciendo: superar la política declarativa

Circula por las redes un chiste sobre estereotipos políticos. Es una conversación ficticia en la que una persona pregunta: “Oye, como eres comunista puedo ir a tu casa y llevarme tu tele y tu ordenador, ¿no?”. A lo cual la otra persona responde “Libros, mejor llévate libros, que te hacen más falta”. No es raro encontrarnos con esa caricaturización según la cual quien es comunista no puede tener propiedades, quien es ecologista ha de vivir como un asceta o quien es anarquista desea el caos.
Lo que está en el fondo de estos prejuicios, aparte de una cultura política escasa, es la falta de referencias concretas de los modelos alternativos de sociedad que aspiramos a construir. Nuestros proyectos parecen quedarse en el mundo de las ideas y, siendo así, es fácil que sean percibidos de forma distorsionada. E incluso para aquellas personas que entiendan nuestra visión del mundo o hasta la compartan, ¿qué ofrecemos? ¿Cuál es el tránsito que proponemos desde un mundo competitivo, individualista y consumista a una sociedad de iguales, cooperativa y pacífica? Nuestra apelación a un horizonte nuevo puede recordar a aquello de "mi reino no es de este mundo": una promesa tan lejana e inconcreta que es necesaria cierta forma de fe para abrazarla.
El contraste entre el modelo social, económico y cultural por el que abogamos y la cotidianeidad es tan abrumador que no es difícil caer en la melancolía por la enormidad del reto. Y en ocasiones ésta se convierte en frustración y reproche hacia la "falta de conciencia" de la gente.

Sin embargo, echemos un vistazo a la actividad que habitualmente realizan organizaciones como la nuestra, Izquierda Unida. Redactamos manifiestos, emitimos declaraciones, convocamos o asistimos a manifestaciones, editamos boletines... En resumen, en un gran porcentaje, nuestra acción política es declarativa, consiste en expresar por unos u otros cauces nuestra opinión, en la confianza de que ello sirva para representar a un cierto sector social que simpatiza con nuestras ideas en general o con una causa en particular. Cumple principalmente, por tanto, una función representativa, estática: que quede constancia de que aquí estamos quienes opinamos así. Sin duda puede cumplir también una función pedagógica y proselitista, abriendo puntos de vista críticos y, por así decirlo, "convirtiendo" a otras personas. Pero, si bien puede dar resultados interesantes cuando nos refiramos a cuestiones muy concretas y a corto plazo, parece más difícil que la mera difusión de la palabra permita avanzar al ritmo necesario hacia una transformación social de gran calado.
Frente a ello, existen otras vías de acción que pueden ayudar a aminorar de manera más efectiva ese abismo entre nuestro día a día y la sociedad que preconizamos. Y son aquellas que permiten, siquiera parcialmente, tocar con las manos ese otro mundo que creemos posible y deseable. Hablo de iniciativas ciudadanas que forjan nuevas relaciones sociales desmercantilizadas, solidarias y alternativas. Ya hay un número considerable de gente que tiene sus ahorros en una cooperativa de crédito en vez de en un banco, paga la luz a entidades sin ánimo de lucro que garantizan un origen 100% renovable, o se organiza con gente de su barrio para consumir productos ecológicos locales sin intermediarios. Y como esas, tantas otras iniciativas en distintos ámbitos que, aunque de modo incipiente y aún muy insuficiente, son ejemplo vivo y concreto de que, efectivamente, podemos vivir de otra manera.
Qué duda cabe que el ejemplo paradigmático del “sí, se puede” demostrado con hechos es el de la Plataforma de Afectad@s por la Hipoteca. Es evidente que cualquiera de sus acciones ha tenido más efecto sobre la opinión pública que la suma de cientos de manifiestos, programas y proclamas por el derecho a una vivienda digna. Esa autoorganización popular para la garantía efectiva de derechos entronca con una larga tradición de solidaridad obrera y apoyo mutuo que había ido cayendo en desuso, fiando casi todas nuestras esperanzas a la arena electoral e institucional. Como decía Juan Torres hace unos años, "la izquierda paga muy caro también su incapacidad para adelantar a la sociedad lo que le ofrece, para anticiparle de alguna forma el tipo de mundo que desea alcanzar”.
Debe ser tarea estratégica de la izquierda poner en marcha o reforzar iniciativas comunitarias de este estilo, no tomándolas al asalto, sino "regándolas", ayudando a que broten y crezcan. No solo sirven como carta de presentación de otra sociedad posible sino que, efectivamente, permiten vivir de acuerdo con otros valores, al menos una parte de nuestras vidas. Y además, contribuyen a no legar toda la responsabilidad de la transformación social a la acción desde los gobiernos, sino que estos pueden contribuir a regar, fortalecer y remover los obstáculos para que sea la ciudadanía la que cimiente el cambio. Solo yendo de la mano ambos frentes se podrá levantar una alternativa que no tenga los pies de barro y que pueda resistir los envites de los grandes poderes a un gobierno que no se doblegue. Esta apuesta estratégica es uno de los ejes de la ponencia Una IU para un Nuevo País: aportar el bagaje ideológico y militante de la izquierda a la construcción de una unidad popular desde abajo que aporte una mirada a medio y largo plazo que complete la acción unitaria en lo electoral.

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