Contra el "malismo"

El añorado Javier Ortiz nos dejaba esta perla hace dos campañas: "Que los dirigentes del PSOE hablen de “votantes exquisitos” para referirse a la parte de la izquierda a la que no consiguen motivar (o a la que han desmotivado) presenta otro aspecto digno de mención: en el uso del término queda implícito que, según ellos mismos, para darles el voto es condición necesaria no ser exquisito. O sea, estar dispuesto a votar sin hacerse demasiadas preguntas. “Con las narices tapadas”, que se decía en tiempos. Tiene todo el aire de un lapsus freudiano".

Efectivamente, si alguien presume de no votar exquisitamente tendrá que asumir que vota asquerosamente, o al menos vulgarmente. Otro lapsus similar parece producirse estos días cuando se acusa de "buenismo" a quien no se suma a los tambores de guerra contra ISIS y se atreve a añadir matices en el análisis de la cuestión. Deduzco que, si lo nuestro es buenismo, debe de ser que lo correcto es defender el "malismo". Y es que, efectivamente, el argumento es ese, que toca ser malos, porque hay que elegir entre lo malo y lo peor, como afirma John Carlin. "Hay que mancharse las manos" y dejar el idealismo a un lado porque es irresponsable no asumir que nos enfrentamos a una guerra terrorista mundial. Nada menos.


Más allá del fondo de la cuestión, lo que me revienta es el tono paternalista de ese discurso, que justifica el uso de la violencia como ejercicio de responsabilidad. El mismo de "mira lo que me obligas a hacer" o de "esto me duele más a mí que a ti". Es la reacción de mierda de quien se asusta al descubrir que, ante el shock provocado por salvajadas como la de París, su respuesta es decir "masacrémoslos, acabemos con ellos". En vez de asumir que un comprensible instinto de autodefensa y venganza ha podido más que su ilustrada y democrática razón, proyecta su desasosiego contra quienes sí logran mantener la cabeza fría. Como esa gente que al darse cuenta de que ha perdido todos sus valores y se ha convertido en un cínico individualista más te suelta aquello de "si no eres revolucionario a los veinte no tienes corazón, pero si lo sigues siendo a los cuarenta, no tienes cabeza".

No, mire, si yo no creo que haya que dar una respuesta bélica no es porque sea un insensato que se piensa que todo el mundo es bueno y que cree que el terrorismo se soluciona a base de abrazos. En primer lugar, lo hago por no ser un hipócrita: sí, yo también me pasé la noche de aquel viernes 13 conmocionado y siguiendo por Twitter lo que pasaba en París, cuando por contra hago me cambio al programa de Jordi Hurtado cuando el Telediario cuenta la última masacre en Yemen o Iraq. Pero pasar de esa frialdad a exigir guerra porque ahora las bombas y las balas resuenan más cerca es el colmo del doble rasero. Pero sobre todo creo que la respuesta bélica es inútil y contraproducente, como se ha comprobado en Iraq, Afganistán, etc. Y, aún diría más, creo que es lo que realmente amenaza con envilecer nuestras sociedades y hacerles perder sus mejores valores.

Me explico. La guerra no son solo las bombas, las balas, la sangre, las muertes. También es la construcción y deshumanización del enemigo y la victoria del fin sobre los medios. Para mí, que sociedades democráticas que se enorgullecen del Estado de Derecho, defiendan y celebren la ejecución extrajudicial de personas, aunque se llamen Osama Bin Laden, me parece un claro signo de deterioro de los valores que decimos defender. Como recordaba el otro día Olga Rodríguez Francia y EEUU pugnaron por la autoría del asesinato de Gadafi, aunque violara la legislación internacional. Es el enemigo, hay que eliminarlo de la faz de la tierra, ¿qué más da llevarlo o no ante un tribunal si ya le hemos juzgado y condenado?. Eso es lo que provoca la guerra, lo asumimos con total naturalidad y corremos el riesgo de que el mismo razonamiento se extienda a lo que pasa dentro de nuestras fronteras. ¿Por qué andarnos con tantos remilgos con gente que "sabemos" que es culpable? ¿Por qué si un terrorista huye a Bélgica se dicta una orden de detención, pero si estuviera escondido en una cueva de Pakistán veríamos razonable bombardearla y matarle sin más? Si no extendemos el principio de legalidad a la acción exterior correremos el riesgo de que sea el ojo por ojo el que impregne nuestra práctica doméstica.

Por el contrario, la reacción de la sociedad española tras el 11-M sí fortaleció realmente los valores democráticos. Demostró la madurez de ser capaz de investigar y perseguir a los autores de los atentados sin recurrir a la venganza para no alimentar más una espiral de odio que sabíamos que había crecido debido a nuestra participación en Iraq, a la que se oponía gente de todo signo político. Eso no quiere decir que los malnacidos que pusieron las bombas en los trenes fueran unos benditos que no tuvieron más remedio que inmolarse por culpa de Aznar, responsable de todo. Ni que la sociedad española pensara que había que poner la otra mejilla. Pero sí sabía, y seguimos sabiendo, que el odio genera odio y que solo cuando alguien se resiste a devolver la bofetada se consigue frenar. Si no son las sociedades que presumen de superioridad moral las capaces de dar ese paso, entonces deberán replantearse de qué valores presumimos exactamente.

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