Si ayer terminábamos diciendo que "las esperanzas no se van a
poner en ninguna fuerza política salvadora, sino en la posibilidad
real de que exista un cambio de régimen", lo lógico es preguntarnos si ese cambio de régimen es posible. A los elementos de cambio en la movilización y en la opinión pública que hemos ido apuntando, hay que sumar el resquebrajamiento del bipartidismo al que apuntan encuestas como la que ayer publicaba El País y otras anteriores. Avanza a pasos agigantados la "crisis de régimen", pero mucho más despacio se pergeña el nacimiento de algo nuevo. Sin embargo, se abre una ventana que creíamos cerrada a cal y canto para siempre y en nuestras manos está aprovechar la oportunidad y estar a la altura de las circunstancias.
Por eso, entre quienes se atreven con el "big thinking" empieza a flotar la idea de proceso constituyente. Si el análisis hecho hasta ahora tiene algo de cierto, por ahí deberían ir los tiros, porque el actual marco institucional constriñe cualquier posibilidad de salirse de la política única impuesta por el poder económico.
La
idea de proceso constituyente, de refundación del país, ha estado presente en
los procesos políticos y sociales de transformación más importante que han
existido en los últimos años. Más allá de la consideración que le puedan
merecer a cada cual sus posteriores gobiernos, lo que nos interesa en este
momento es que ese horizonte ha estado en primer plano en
los procesos de cambio, en vuelcos electorales acompañados de movilización
social que se han dado en Bolivia, Venezuela, Ecuador y otros países
latinoamericanos, que consideraban imposible articular alternativas reales para la mayoría dentro de un sistema institucional diseñado a la medida de los intereses de las clases más pudientes. Pero también ha estado presente esa idea de "cambio de régimen" en las últimas elecciones griegas, aunque el vuelco electoral no fuera
completo: el ejemplo sin duda me parece más sugerente, porque ha puesto de
manifiesto la posibilidad real de un vuelco en un sistema de partidos europeo,
bipartidista, más similar al nuestro[1].
En
esta ocasión, las propuestas de Syriza no se centraban en promover un proceso
constituyente para la redacción de un nuevo texto constitucional, sino en tomar
una serie de medidas que, de facto, situaban a Grecia en una posición
radicalmente distinta en relación con el proyecto europeo. No se trataba de
abrir el melón del debate sobre salirse o no del euro, sino de plantear un
proyecto de salvación del país y justicia social, y dejar en el tejado de la UE
y la moneda única la decisión de si eso cabe dentro de su proyecto de
construcción europea. Tocaba el techo institucional, situaba a la UE ante sus
propias contradicciones y abría un proceso de “negociación con las manos”,
simultaneando el diálogo con la acción directa, como lo hacen las iniciativas
ciudadanas ante los Ayuntamientos al ocupar un inmueble o un huerto urbano para
conseguir su cesión[2].
El
proyecto de Syriza tenía (y tiene) muy presente el plano europeo por cuanto
sabe que es en el ámbito supraestatal donde se encuentra secuestrada la soberanía del
pueblo griego y que solo mediante la democratización radical de ese ámbito es posible
articular alternativas en cada territorio. Es necesario que esa dimensión europea sea
incorporada al frontispicio de las propuestas emancipatorias en cada país,
dadas las limitaciones a la soberanía impuestas cada vez con más ahínco desde
Bruselas.
Sin embargo, es necesario
volver en este punto a la cuestión de los límites de la acción institucional.
¿Cuál habría sido el margen de actuación real de un gobierno de Alexis Tsipras,
incluso en el caso de haber obtenido una mayoría estable? Cualquier fuerza, sea
del signo que sea, al menos en los países del Sur de Europa, sabe que si entra
a un gobierno, lo hace para gestionar la miseria y con una soberanía limitada.
Y recordemos lo dicho antes: la legitimidad depende en una gran medida de los
resultados. De manera que igual que la crisis de legitimidad de las actuales
instituciones puede llevar a sucumbir a los partidos mayoritarios que las han
gestionado, la falta de resultados de un proyecto nuevo puede hacerle caer de
manera rápida.
No basta, por tanto, con aspirar a un triunfo electoral de alguna opción política que nos traiga la salvación mesiánica. Para desbordar al régimen hacen falta bases más sólidas.
[1] Los vuelcos electorales en países
latinoamericanos cuentan con un factor diferente, que es el hecho de que
millones de personas estaban excluidas, de hecho o de derecho, del sistema
electoral. En el momento en que las poblaciones indígenas y/o más humildes se
han incorporado masivamente al voto, ha sido posible ese vuelco. Es un factor
con el que no se puede contar en Europa.
[2] La expresión es de Tom Kerr, que es citado por
Naomi Klein en “La Doctrina del Shock” (pág. 603). Y la usa muy a menudo Manuel Saravia.
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