¿Es posible acabar con el régimen? (A salto de mata V)

Si ayer terminábamos diciendo que "las esperanzas no se van a poner en ninguna fuerza política salvadora, sino en la posibilidad real de que exista un cambio de régimen", lo lógico es preguntarnos si ese cambio de régimen es posible. A los elementos de cambio en la movilización y en la opinión pública que hemos ido apuntando, hay que sumar el resquebrajamiento del bipartidismo al que apuntan encuestas como la que ayer publicaba El País y otras anteriores. Avanza a pasos agigantados la "crisis de régimen", pero mucho más despacio se pergeña el nacimiento de algo nuevo. Sin embargo, se abre una ventana que creíamos cerrada a cal y canto para siempre y en nuestras manos está aprovechar la oportunidad y estar a la altura de las circunstancias.

Por eso, entre quienes se atreven con el "big thinking" empieza a flotar la idea de proceso constituyente. Si el análisis hecho hasta ahora tiene algo de cierto, por ahí deberían ir los tiros, porque el actual marco institucional constriñe cualquier posibilidad de salirse de la política única impuesta por el poder económico.

La idea de proceso constituyente, de refundación del país, ha estado presente en los procesos políticos y sociales de transformación más importante que han existido en los últimos años. Más allá de la consideración que le puedan merecer a cada cual sus posteriores gobiernos, lo que nos interesa en este momento es que ese horizonte ha estado en primer plano en los procesos de cambio, en vuelcos electorales acompañados de movilización social que se han dado en Bolivia, Venezuela, Ecuador y otros países latinoamericanos, que consideraban imposible articular alternativas reales para la mayoría dentro de un sistema institucional diseñado a la medida de los intereses de las clases más pudientes. Pero también ha estado presente esa idea de "cambio de régimen" en las últimas elecciones griegas, aunque el vuelco electoral no fuera completo: el ejemplo sin duda me parece más sugerente, porque ha puesto de manifiesto la posibilidad real de un vuelco en un sistema de partidos europeo, bipartidista, más similar al nuestro[1].

En esta ocasión, las propuestas de Syriza no se centraban en promover un proceso constituyente para la redacción de un nuevo texto constitucional, sino en tomar una serie de medidas que, de facto, situaban a Grecia en una posición radicalmente distinta en relación con el proyecto europeo. No se trataba de abrir el melón del debate sobre salirse o no del euro, sino de plantear un proyecto de salvación del país y justicia social, y dejar en el tejado de la UE y la moneda única la decisión de si eso cabe dentro de su proyecto de construcción europea. Tocaba el techo institucional, situaba a la UE ante sus propias contradicciones y abría un proceso de “negociación con las manos”, simultaneando el diálogo con la acción directa, como lo hacen las iniciativas ciudadanas ante los Ayuntamientos al ocupar un inmueble o un huerto urbano para conseguir su cesión[2].

El proyecto de Syriza tenía (y tiene) muy presente el plano europeo por cuanto sabe que es en el ámbito supraestatal donde se encuentra secuestrada la soberanía del pueblo griego y que solo mediante la democratización radical de ese ámbito es posible articular alternativas en cada territorio.  Es necesario que esa dimensión europea sea incorporada al frontispicio de las propuestas emancipatorias en cada país, dadas las limitaciones a la soberanía impuestas cada vez con más ahínco desde Bruselas.

Sin embargo, es necesario volver en este punto a la cuestión de los límites de la acción institucional. ¿Cuál habría sido el margen de actuación real de un gobierno de Alexis Tsipras, incluso en el caso de haber obtenido una mayoría estable? Cualquier fuerza, sea del signo que sea, al menos en los países del Sur de Europa, sabe que si entra a un gobierno, lo hace para gestionar la miseria y con una soberanía limitada. Y recordemos lo dicho antes: la legitimidad depende en una gran medida de los resultados. De manera que igual que la crisis de legitimidad de las actuales instituciones puede llevar a sucumbir a los partidos mayoritarios que las han gestionado, la falta de resultados de un proyecto nuevo puede hacerle caer de manera rápida.

No basta, por tanto, con aspirar a un triunfo electoral de alguna opción política que nos traiga la salvación mesiánica.  Para desbordar al régimen hacen falta bases más sólidas.


[1] Los vuelcos electorales en países latinoamericanos cuentan con un factor diferente, que es el hecho de que millones de personas estaban excluidas, de hecho o de derecho, del sistema electoral. En el momento en que las poblaciones indígenas y/o más humildes se han incorporado masivamente al voto, ha sido posible ese vuelco. Es un factor con el que no se puede contar en Europa.
[2] La expresión es de Tom Kerr, que es citado por Naomi Klein en “La Doctrina del Shock” (pág. 603). Y la usa muy a menudo Manuel Saravia.


Comentarios

Ho_Chi ha dicho que…
¡Excelente!, Juan. Tanto la expectativa como la previsión.