Hablaba ayer de ese nuevo sentido común enormemente crítico con el sistema y sus instituciones que cala en sectores cada vez más amplios de la sociedad, pero que no se expresa en términos de izquierda y derecha. Quizá con otro lenguaje, la mayoría de las personas de este país podrían compartir hoy aquella frase del Manifiesto Comunista que decía que “el
gobierno del Estado es pura y simplemente el consejo de
administración que rige los intereses colectivos de la clase
burguesa”
¿A cuento de qué de
pronto se convierte en sentido común un discurso tan similar al de
la izquierda más tradicional?
Seguramente se pone de relieve que la
legitimidad de las instituciones, del sistema, es material y no
formal. Si hasta ahora lo que se conoce como “democracias
occidentales” han mantenido un gran respaldo ciudadano no es tanto
por su funcionamiento formalmente democrático, sino por sus
resultados. Aunque fuera a costa de dejar al margen a mucha gente,
sobre todo si abrimos la visión al conjunto del Planeta, este
sistema durante varias décadas ha dado resultados suficientes a una
mayoría social en los países occidentales. Con enormes
desigualdades en la participación en el reparto de la riqueza, por
supuesto, pero con unos mínimos que permitían mantener el consenso
en torno al sistema en sí. Ese obrero que caricaturizaba el roto es una perfecta metáfora.
Sin embargo, parece que dicho consenso
empieza a quebrarse porque los resultados en el reparto no son los
mismos, y por tanto se cuestiona aquellas instituciones en las que
habíamos delegado todo y se pone la lupa sobre ellas. Hay una toma
de conciencia colectiva sobre la existencia de un robo generalizado
que sabíamos que existía, pero que tolerábamos porque se vivía
razonablemente bien. Se empiezan a romper, en resumen, consensos
sociales y culturales que nos han mantenido encorsetados durante todo
este tiempo.
Eso abre a la izquierda la posibilidad de pasar de la defensa meramente ideológica
de un programa a la defensa material del mismo. Me explico: en las
últimas décadas, buena parte del discurso de la izquierda ha basado
la legitimidad de sus propuestas en el hecho de que, efectivamente,
son coherentemente de izquierdas, fundamentalmente en oposición a la
socialdemocracia. Así, las críticas de muchas organizaciones y personas de izquierdas al PSOE con frecuencia no se
formulan en términos de no ser un instrumento útil para la
mayoría social, sino que se le afea el hecho de traicionar a la
izquierda o de no hacer políticas de izquierda. La identificación
de “izquierda” e “interés de la mayoría social” es algo que
tendemos a dar por hecho y que, sin embargo, no necesariamente se
percibe así. Y en el fondo, late otro asunto más preocupante: la
izquierda política resalta la coherencia ideológica de su acción y
su discurso fundamentalmente porque busca el apoyo de quien ya se
autoubica ideológicamente en la izquierda, de quien ya ha hecho
previamente esa identificación entre izquierda y bien común. Se
renuncia así, voluntaria o involuntariamente, a dirigirse a quien
materialmente se beneficiaría de dichas políticas.
Sin
embargo, la ruptura de consensos de la que hablábamos hace un
momento, permite que propuestas muy similares sean enarboladas no en
términos ideológicos, sino como un verdadero programa de mayorías.
Un programa que no busque representar bien unas ideas, la
identificación ideológica de un sector de la población, sino
aglutinar fuerzas para hacer posible su contenido, incluso sin llegar
a tomar al poder aunque sea de forma parcial1.
Eso no quiere decir, obviamente, que cuando las fuerzas políticas de
izquierda elaboran sus propuestas programáticas no lo hagan con la
vista puesta en que sean realizables y beneficiosas para la mayoría
ni aspiren a aglutinar al máximo número posible de gente en torno a
ellas para hacerlas realidad. Sin embargo, ahora existe una situación
social distinta y sobre todo una percepción diferente.
Ante
ello, la izquierda puede tener la tentación de sentirse en posesión
de la verdad revelada, y limitarse a recoger a las pobres ovejas
descarriadas que ahora, por fin, "ven la luz". No debería olvidar, sin
embargo, lo que señalaba el otro día: algo pasa cuando las
propuestas de la izquierda han sonado nuevas en boca de otros, y
cuando la gente expresa ideas muy similares pero con un lenguaje bien
diferente. Se abre un momento histórico en el que la aspiración no
puede ser beneficiarse electoralmente de una coyuntura pasajera
favorable, sino formar parte de un proyecto de mayorías que tenga
posibilidades reales de transformación. Las esperanzas no se van a
poner en ninguna fuerza política salvadora, sino en la posibilidad
real de que exista un cambio de régimen.
1
En ese sentido, puede que uno de los éxitos del 15M haya sido
precisamente el de plasmar materialmente parte de su “programa”:
se muestra contrario a los desahucios y además, en ocasiones, los
frena. Su capacidad de transformación tiene límites evidentes,
pero esos límites contraponen directamente a ciudadanía y régimen,
generan antagonismo e incluso ilusión y no impotencia y melancolía
por la falta de apoyo electoral.
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8. Hacia un programa en movimiento
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