Bandos, banderas y banderías

Me llama Joaquín y me dice: el alcalde ha hecho un bando. Será el bando nacional, le digo con sorna. Pues por ahí va la cosa.

Mira que pensaba pasar yo del famoso vídeo de Mariano (este hombre empieza a darme lástima), pero claro, ya ha tenido que salir don Javier a dar la nota. Me dice mi alcalde que saque mañana la rojigualda al balcón (porque digo yo que la tricolor no vale), "como muestra de adhesión de todo lo que representa". Ostras, TODO lo que representa. Pues anda que no representa cosas; dependerá de para quién, claro.

Hay quien se lamenta por el hecho de que la bandera española no sea sentida como un símbolo común, como ocurre en los países "normales". Hay dos tipos de patriotismo: el de ardor guerrero a lo Jose Antonio, y el lastimero, a lo Ortega. El uno defiende enfervorecido lo español, y los que no nos ajustamos al cliché somos antiespañoles; el otro se entristece y añora a una España que nunca existió. Pues somos como somos, oiga. ¿Qué quiere? Después de que cualquier intento de aperturismo a lo largo de la historia fuera machacado a golpe de levantamiento por la reacción, no es de extrañar que la idea de España haya quedado en la retina como patrimonio derechil y centralista. Las épocas más largas de estabilidad han sido a golpe de espadón, monarquía y/o represión.

La excepción vino a finales de los setenta. Y es una excepción relativa: la estabilidad le viene heredada de la época anterior, y bajo la amenaza de que cualquier ruptura con la misma traería de nuevo el enfrentamiento fratricida. Lo estamos viendo, con la reacción de una derecha que nunca condenó el alzamiento del 36 ante una ley que tampoco les obliga a hacerlo. Pero les duele sobremanera que esa condena esté escrita en nuestro ordenamiento jurídico. Cuando una parte de este país ha tragado durante décadas con las lápidas de los caídos por España en la puerta de cada iglesia mientras sabía que sus familiares dormían en las cunetas, y cuando cayó el régimen no pidió venganza sino que aceptó la amnistía de los responsables; cuando treinta años más tarde no se pide revancha sino igualdad de trato por fin, y se pone el grito en el cielo mientras se calla ante una Iglesia que sigue siendo de bando (y le ríen las gracias); cuando pasa todo esto una parte de los españoles hemos comprendido que solo si tragamos con lo que imponen podrán aceptar un mínimo de apertura. Solo si no rompemos del todo aceptarán las reglas del juego. Solo gracias a todo lo que hubo que tragarse en la transición llevamos treinta años sin alzamientos (mejorando lo presente, señor Tejero)

Por todo eso, la actual rojigualda, que en sí no tiene nada ni de bueno ni de malo, es vista por mucha gente como un símbolo de esa herencia obligatoria, de ese chantaje permanente, de esa amenaza implícita. Una vez intentaron funcionar sin rey y no duró ni dos años; lo intentaron de nuevo cambiando la bandera: no llegamos a cinco. En el fondo sabemos que ahora llevamos treinta, gracias a que el rey y la bandera son el símbolo de nuestro trágala. ¿Por todo lo que representa, don Javier? Pues precisamente por eso: no espere verla en mi balcón.

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