La Vieja Cultura del Agua

Hace unos años, Aragón lideró la oposición al Plan Hidrológico Nacional. Sé que Aragón es un concepto muy impreciso, pero la enorme maraña de movimientos, agrupaciones, técnicos, académicos e instituciones que se unieron en la reivindicación sería imposible de definir con precisión. Valga recordar, para lo que hoy quiero contar, que Marcelino Iglesias, Presidente de la Comunidad, estaba al frente de las movilizaciones (al frente porque iba en la pancarta, no porque fuera quien la impulsó). Hasta Bruselas llegó su voz.

Afortunadamente, con el cambio de Gobierno el PHN se derogó. Conviene no olvidar que no se trata de una concesión graciosa: como tantas otras decisiones (matrimonio homosexual, retirada de tropas de Iraq, etc.) fueron una conquista de la movilización social a la que el nuevo Presidente no podía hacer oídos sordos, ya que sabía que en buena medida su victoria se apoyaba en ella. No convenía perder esos nuevos e inesperados apoyos.

Aquello no fue una mera movilización defensiva. No se trataba de "nuestra agua es nuestra y no la queremos compartir". El discurso de aquel movimiento hablaba de una Nueva Cultura del Agua, de ordenación del territorio de administración racional de los recursos. De que, con respecto a recursos escasos como los hídricos, había que hacer políticas de demanda (actuar sobre el exceso de requerimiento de agua en sitios donde no hay suficiente o para usos poco razonables) y no de oferta (asegurar el recurso mediante pantanos o trasvases allí donde se demande, sin poner en cuestión si eso es razonable). Y se hablaba, cómo no, de los importantísimos intereses económicos que se ocultaban tras el faraónico proyecto que pretendía trasladar millones de litros de agua en paralelo al sistema ibérico. Por fin alguien hablaba de que no había cuencas con excedentes, sino territorios abandonados y sin inversión y por contra otros con exceso de concentración económica, con modelos de desarrollo absolutamente inviables.

Parece que esa cultura ya ha envejecido. Parece que el Gobierno de Aragón ya no comparte ese discurso. Parece quelas cosas cambian cuando ya no hay miles de personas en la calle. ¿Qué tiene que ver todo el discurso del que hablaba antes con construir esta barbaridad en medio de un desierto? ¿No habíamos quedado en que ese no era el modelo de desarrollo? ¿O es que en Aragón sí vale porque se tiene el Ebro cerca?

Hoy, lo que defendían Pedro Arrojo y compañía parece que ha pasado a ser ya Vieja Cultura del Agua. La modernidad y el progreso se imponen. Como siempre.

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