Me quedaba en el anterior post hablando de las razones por las que a
Podemos le convendría confluir y dejaba para este los motivos que pueden
llevarle a rechazar esa opción, hoy por hoy. Hay quien lo explica por razones
de egos, de soberbia o incluso de revancha. Por desgracia en política ese tipo
de factores pesan a menudo demasiado, pero aunque algo de eso pueda haber (que
lo habrá), me resisto a pensar que las cosas sean tan simplonas.
Entre alguna palabra más alta que otra, si se sabe leer entre líneas, se
observan razones de fondo para rechazar una confluencia “global”,
particularmente en lo referente a la participación junto a Izquierda Unida en
una candidatura unitaria. No me refiero a la posibilidad de una coalición al
uso, ni de una papeleta que reúna las siglas de ambas formaciones y unas
cuantas más, porque esa propuesta simplemente no la ha hecho nadie. Hablo de
una candidatura, con la denominación que se quiera, que reúna a diversas
fuerzas políticas y además a activistas sociales, culturales y ciudadanía en
general, como las que han logrado ilusionantes resultados en tantas ciudades.
El rechazo de Podemos, hasta donde yo soy capaz de intuir, tiene que ver
fundamentalmente con el miedo a facilitar su encasillamiento como opción
minoritaria.
Como señalaba en el primer post de esta serie, Podemos consiguió
convencer de que, efectivamente, podían ganar, gracias a una sensacional
estrategia comunicativa que hoy no me detendré a analizar. El rápido auge, que
llevó a colocarles en primera posición en algunas encuestas parecía que podría
provocar un “efecto Syriza” que atrajera a buena parte del electorado que solo
se plantea dar su apoyo a opciones con posibilidades de vencer. Syriza en mayo de 2012 consiguió un resultado modesto (16,8%), aunque a poca distancia de Nea Demokratia,
la primera fuerza y claramente por delante del PASOK. Mes y medio más tarde, al
repetirse las elecciones, se catapultó al 26,9%, consolidándose como la única
alternativa real a ND. No cabe duda de que, por bien que lo hiciera Tsipras en
mes y medio, pesó mucho más el factor psicológico de que el electorado pasara a
considerarles fuerza con posibilidades de gobernar. Y qué duda cabe de que a finales de 2014 y comienzos de 2015 la opción de que Podemos fuera la segunda fuerza, e incluso la primera, se presentaba como una opción creíble.
Como apuntaba también el otro día, Susana Díaz encontró el modo más
efectivo de cortar de raíz ese ascenso: confrontar las encuestas con resultados reales allí donde Podemos era más débil. Ha habido, sin duda más factores, pero
si desde noviembre de 2014 la media de las encuestas situaban a Podemos en
torno al 25% y como clara segunda fuerza en dura disputa con el PP por la
primera, desde marzo la caída ha sido clara, recuperando el PSOE la segunda posición y oscilando Podemos entre el 15 y el 20% de apoyos (ojo, las encuestas de distintos institutos dan resultados muy diversos,
hablamos de media). Visto con perspectiva, qué duda cabe que ese sería un
resultado impresionante para una formación con 18 meses de vida. Pero dada la
velocidad de los acontecimientos, el electorado puede empezar a percibirlo como
una fuerza en declive y dejar de contarla como fuerza con opciones de ganar. El
efecto psicológico en el electorado de provincias menores, donde el reparto de
escaños se concentra en pocas manos, puede ser devastador.
¿No sería precisamente este un argumento para que Podemos buscase la
unión prácticamente con quien sea para recuperar pujanza? Pues depende de cuáles
fueran los ingredientes de la receta que hizo crecer el soufflé y su
compatibilidad con los que ahora pudieran añadirse. No todo suma, así porque
sí. En su Asamblea de Vistalegre Podemos señaló con claridad a sectores con los
que entendía que su proyecto se relacionaba como el agua y el aceite. Criticaba
con dureza, por un lado, las “reacciones tímidas y conservadoras” de IU que
parecía esperar a recoger el desgaste del PSOE, confiada en que no existía
alternativa; y, por otra, lo que denominaba hipótesis “movimientistas” de
sectores del activismo social que apuntaban a una lenta construcción de
alternativas desde abajo, inspiradas en aquello de “vamos despacio porque vamos
lejos”. Podemos siempre ha querido ir lejos y llegar ya, y por eso ha buscado,
con cierto éxito, un atajo, sabiendo que ello le llevaba a asumir ciertas
contradicciones. Algo que el resto creía imposible o inadecuado.
Una vez demostrado que el atajo existía, recela de que esos sectores
intenten aprovecharse de él. ¿Por pura venganza? No, o no principalmente, creo
yo. En primer lugar, porque teme que la vitola vencedora que tuvieron y que
ansían recuperar sea absolutamente incompatible con la imagen de izquierda
minoritaria que puede tener IU y otras formaciones y activistas. Está en disposición
de llegar a acuerdos con otras fuerzas, pero siempre que se perciban como
fuerzas al alza y vinculadas (con razón o sin ella) a la ola de “cambio”.
En segundo lugar, desconfía de que esos sectores estén en condiciones de asumir
ciertos elementos de su estrategia política y comunicativa que consideran
indispensables. Es decir, que recela de que se estén apuntando a caballo
ganador pero trayendo consigo las rémoras (personales, culturales y de todo
tipo) que habían instalado a la izquierda en la derrota y podrían ahuyentar a parte del electorado que ya se habían ganado. De modo que quizá, 2+2
sumarían realmente 3 o incluso menos.
Esté o no en lo cierto este diagnóstico, se basa en un análisis que merece
la pena tener en cuenta, aunque sea para ser rebatido. Y eso intentaremos
hacer, si no se me echan las vacaciones encima, que toda la pinta tiene.
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