Estimado
Luis:
Comienzo
con esto de “estimado” no por formalismo, sino porque te estimo al menos desde
que fui consciente de que ese poeta idolatrado por mi madre compartía la mayoría
de mis inquietudes y anhelos. Somos compañeros en el sentido más laxo de la
palabra y en el más concreto por compartir incluso cuota.
Por
eso no pude evitar torcer el gesto al leer tu artículo de opinión del 27 de Septiembre en Público
Porque comparto contigo la preocupación de que el malestar social se pueda
acabar traduciendo políticamente (o antipolíticamente) en una tabula rasa que degenere
en terreno abonado para un populismo autoritario. De eso hay, por
supuesto, en la calle, y habría más de una y más de dos personas con ese
pensamiento en Neptuno o el Paseo del Prado el martes pasado. Pero también las
hay en movilizaciones sindicales o cualquier otra más tradicional. Es desolador
escuchar según qué cánticos cuando cada viernes bajo a concentrarme a las once
con el resto del funcionariado levantisco. O incluso lo que oía cuando marchaba
hace dos semanas por la Castellana, de boca de gente con su bandera y su gorra
sindical, de esa que sin duda protestaba junto a ti en el último franquismo.
La
convocatoria de Rodea el Congreso no pretende, como parece que interpretas,
despreciar al Parlamento. Habrá quien acuda con ese ánimo, qué duda cabe, e
incluso cánticos que nos hagan dudar a los que nos manchamos en las filas de la
política institucional. Figúrate, yo hasta encabecé la lista de IU al Congreso por
Valladolid. Pero tenemos que ser capaces de ver más allá e interpretar qué
significa todo esto, por qué la reacción de la gente apunta donde apunta, más
allá de que haya quien interesadamente promueva ciertos discursos.
No
creo que me llevaras demasiado la contraria si te digo que el Parlamento hoy
está absolutamente secuestrado. No es simplemente el PP con mayoría haciendo
cosas que no nos gustan a alguna gente, como ocurrió en el pasado. Es una Cámara
limitándose a ratificar reales decretos dictados por voces ajenas. Es un pleno
con las manos atadas para enmendar unos presupuestos consagrados a pagar deuda
a los bancos porque dieron un golpe a la Constitución. Poco importa entonces si
allí hay algunas personas honestas y trabajadoras ocupando escaños.
La
duda es si estas instituciones, en caso de estar mayoritariamente formadas por
personas de ese tipo, realmente podrían gobernar para los intereses de la mayoría.
Casualmente estaba en Grecia coincidiendo con la última semana de campaña
electoral. El acoso a Tsipras y Syriza era descomunal en los medios y creo
sinceramente que el miedo infundido a la población funcionó para evitar su
victoria. Quizá ya no les sirva, ahora que las amenazas de expulsión del
euro continúan incluso con Samaras. Pero, incluso aunque hubiera ganado, sus
manos habrían estado muy atadas, porque el diseño institucional europeo
antidemocrático resulta decisivo para desarrollar una determinada política económica
en cada país.
A
mi entender, lo que ahora ocurre es que percibimos con claridad no solamente
que hay malos gobernantes que gobiernan injustamente, sino que hay un modelo
institucional perfectamente diseñado para que no todos los proyectos puedan ser
llevados a cabo. Eso no le resta un ápice de importancia a la lucha de quienes
contribuisteis a acabar con el franquismo. Pero si no somos conscientes de las
limitaciones del modelo constitucional, las impuestas entonces y las que se nos
van imponiendo después, no podremos aspirar a cambiar realmente las cosas.
Yo
también estoy por un amplio frente cívico y por tomar el Congreso con nuestros
votos. Pero no lo considero excluyente con ir mañana, como iré, a rodear el
Congreso (no a tomarlo) y a señalar que, en el actual contexto, esa cámara
representa más a cualquier inversor holandés o alemán que a mí o a mi familia.
Aunque allí estén personas por las que voté, haciendo mucho y bien, siendo
nuestros pepitos grillos. Pero necesitamos algo más que pepitos grillos, Luis,
aunque sean imprescindibles.
Un abrazo afectuoso
Juan
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